25 enero 2014

Queda inaugurada la inauguración

Ahora con tanto recorte por un lado y tanto recorte por el otro, que ya no sabemos si tenemos políticos o hijos de p… peluqueros; resulta que ya no se inauguran tantas cosas.
Que esto antes se hacía. Los más jóvenes quizá no lo hayáis vivido, pero hubo una época en la que se inauguraban hospitales públicos, y escuelas… Hasta guarderías. Luego iba un tío y ponía la primera piedra, que era un trabajo muy complicado. Hubo una época en la que hacer eso daba votos y todo.
Si alguien era experto en esto de inaugurar era el Rey, o el Príncipe, que llegaban al sitio y lo dejaban de purísima madre inaugurado. Que os puede parecer baladí, pero no es una tontería. Que llevan preparándose desde niños a poner una sonrisa, levantar el brazo, saludar y dejar eso inaugurado. ¡Llegaban allí y estaban las cosas por inaugurar! Así de dejada era la gente. Llegaba el Príncipe con su dicharacherismo y decía:
“¿Aún no está inaugurado? Si es que lo tengo que hacer todo, a ver donde está esa piedra que hay que poner”
“Aquí Majestad, esta es” y le mostraban una china cualquiera recogida de una playa, ligera y frágil, para evitar posibles fisuras no deseables. No fastidiemos.
“¿Y ahora qué hago con esto? ¿La tiro al agua y a ver cuantas ranas hace o como va esto?” campechano. Muy campechano.
Yo me imagino eso como un entrenamiento muy duro desde que eran pequeños. Aquí mucho ji ji mucho ja ja; pero la preparación para ser un hombre hecho y derecho en la Casa Real no es moco de pavo. Todo el mundo ve las riquezas, los palacios y las mansiones y dice: “Pues vaya unos hijos de… Pelícanos” Pero detrás de todos esos lujos que hemos pagado con alegría y jolgorio los ciudadanos españoles, hay un sufrimiento por cumplir por la patria. Y ahí están ellos, entrenándose para inaugurar cosas. Porque alguien tiene que hacerlo.
Así pues, tienen unas clases bien montadas que sirven para saber qué hacer en cada caso. Hay varias maneras de inaugurar cosas, no os creáis que todo es jauja. No, no. Ni mucho menos. Y cada una de las inauguraciones tiene su propio intríngulis. Ellos van entrenados desde pequeños, pero no se crean, a los políticos también les enseñan este curso en cuanto entran en el poder. Estas serían las clases:
Cortar la cinta. Consistía en enseñar a los pequeños mozos a coger una cinta bien tensada delante de una puerta y cortarla. Coger las tijeras era una de las primeras clases más importantes. Siempre cortando por el centro, que al principio cortaban de lado y claro, quedaba la cinta a tiras. O hacían agujeros y jugaban a que la cinta fuera un antifaz. Poca broma con cortar una cinta. Muy complicado.
Poner la primera piedra. Al principio impartía las clases un profesor llamado Patxi Quebrantahuesos. Lo echaron porque una infanta se dejó tres vértebras en una de sus lecciones. “¡Hay que empezar con piedras de 50 kilos! ¡Así cuando inauguréis todo será más fácil! ¡Ahí va pues!” Lo despidieron. Desde entonces han intentado evitar lo de poner piedras y cuando lo hacen usan unas de poliexpan.
Romper una botella de champán en un barco. Inaugurar barcos también es muy importante. Sobre todo los suyos propios. Así que tienen que estar preparados para dejar bien listo el Yate Fortuna, por ejemplo. Empezaban con pequeñas piñatas, luego con champán de 300 euros la botella. Precisamente es una de las clases en las que hacerlo mal no implica romper algo, hacerlo mal significa mantener intacta la botella. Las clases las impartía Ortega Cano hasta que lo echaron por entrenar a los pequeños infantes con botellas vacías. Y así no se puede.
Correr la cortinilla. Las calles también las tenían que inaugurar. Los chavales tenían que estar preparados para todo. Así que les ponían a echar cortinillas a un lado y a cómo reaccionar si alguien le había puesto a la calle un nombre especial sin avisar. Por ejemplo: “Calle del limón que baila sevillanas”. Queremos calles así. Las clases las impartía Anasagasti, que de cortinillas sabe un huevo.
Una vez superaban este duro entrenamiento, estaban capacitados para ser unos príncipes e infantes adecuados al arduo trabajo de inaugurar cosas, de aquí para allá todo el día, un estrés continuo, una presión… “¿Y si lo inauguro mal? ¿Y si luego no viene nadie? ¿Y si luego no me votan? Ay no, que eso no se puede” Ese tipo de cosas que preocupan a los reyes. Pero pueden estar de suerte, cada día tendrán menos faena, a no ser que les llamen para pulsar el botón de demoler el próximo hospital público de turno…
Fuente: Rafael de Móstoles, el cual recomiendo que sigas.

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